Eliza, con sus ojos azules, observó a la criatura nueva. Bajó sus brazos y las vueltas murieron cuando sus pies descalzos se posaron sobre las hojas mustias. La cadena que tenía alrededor de su cintura pareció más pesada y crujió ásperamente.
La figura tenía sobre su hombro un cuervo negro, que no dejaba escapar ningún sonido de su pico. Solo eran sus ojos los que hablaban por sí mismos. Porque la muerte estaba allí, y no solía aparecer entre sus hijos.
De GrAn AuToRa |
“Miradme, vuestras palabras he escuchado. Me habéis obligado a venir aquí”- la muerte suspiró con sus labios pálidos de los que salían pequeños fragmentos de almas. Sonrió, con sus dientes puntiagudos y viejos. Sus encías carcomidas estaban rotas y solo su lengua podía escurrirse entre ellas-“ Yo, que os di la muerte, no me gusta oír hablar de vida a mis hijos. Siento un escalofrío cuando huelo la vida, fresca y de vivos colores. De infantil fin. Yo, la muerte, quiero castigaros por ello”
El silencio fue intenso, cortante. Ezequiel alzó su rostro hacía la muerte, pero no dijo nada. Madeleyn recorrió con su mirada a la criatura. Eliza se abrazó a Meyson, temblorosa y con sus ojos azules temerosos.
“Yo, la muerte, os castigo a buscar la flor violeta”
“La flor violeta... es imposible de encontrar”- murmuró Madeleyn.
“Exacto”-susurró la muerte mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa terrible- “Pero tenéis toda la eternidad para encontrarla, y no haréis otra cosa. Porqué sé que no queréis que mi ira se cierne sobre vosotros, hijos míos...”-la muerte miró a Meyson.
Se acercó a él con paso vaporoso, casi volaba por encima de las hojas mustias. La niebla la seguía como fiel compañera. La muerte sonrió. Su pálida mano acarició el rostro del espectro. Meyson sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, sintió la caricia de Eliza tras de sí, con sus brazos fuertemente amarrados en torno de sí. Asustada, escondida tras él.
“Tú, mi bello Meyson no vayas a buscar la flor sino quieres. Tu voz no ha llegado a mis oídos. Sin embargo...”-la voz susurrante de la muerte le rozaba el oído, como una peste negra inundando la mirada de un niño-“Has dejado tu quehacer desatendido, por eso éste castigo”
Los labios de la muerte rozaron los de Meyson, uniéndose en un beso terrible y mortal para los que aún viven. Los ojos azules del espectro perdieron luz y se quedaron vacíos de existencia. El azul brillante se tornó gris y su piel perdió el color para volverse casi transparente, traslúcida e incolora. La muerte sonrió al separarse.
“Te arrebato tu poder, Meyson. Vaga por la nada y por la eternidad por siempre... como un alma vacía. Mi amor, tus hijos no volverán a sentir tus labios arrebatándoles la vida. Ya no eres mi consejero, Meyson. Ahora solo eres un espectro vacío y sin poder. Se, por tanto, un alma en pena”
Dicho esto, un aire se alzó y la niebla desapareció con su portadora con ella. El silencio inundó el cementerio. Ezequiel miró a su compañero, ahora extraño. Eliza le besó las mejillas, cariñosa y se abrazó al cuerpo del espectro vacío. Madeleyn miró la luna, sin saber que hacer.
Ser un espectro vacío era un castigo horrible y cruel. Vagando sin descanso por siempre, buscando otra esencia. Los espectros vacíos nunca encontraban la paz en la eternidad y solían desaparecer pasado el tiempo, tristes de su miseria, heridos en su corazón y vacíos en su existencia.
De los ojos de Meyson no cayeron lágrimas. De su boca no salió murmullo alguno. Tan solo su violín se le escapó de entre sus manos.**