**Labios sangrantes sedientos de vida y recuerdos. Ingenioso destino el de la sombra susurrante, gira alrededor de la lluvia agonizante. Hacía una inmensa madre noche, volando, Tiritando, esperando a que su gemido sea oído. Fuego en sus ojos vacíos, llenos de sombras. Intensa sed de sangre entre épocas de existencia. Recuerdos olvidados Entre sueños teñidos de carmín**

lunes, 12 de enero de 2009

Hijos de la Oscuridad VI: "Lamento"

**Con las últimas luces del atardecer un jilguero voló a ras del suelo de hojas mustias. Se posó en una lápida de piedra gris y desgastada. Sus ojos negros se posaron en una estatua torcida.

Gris ceniciento, de postura recogida. La estatua lloraba desconsoladamente con sus manos en el rostro. Reteniendo con sus dedos las lágrimas de piedra. El jilguero voló entre las brisas de la nueva noche y se posó en las rodillas lisas de aquella mujer llorona.

Entre sollozos y susurros la estatua le explicó que ella había sido mujer en un tiempo. Joven y viva, pero un amor desaparecido la convirtió en piedra. Esperando a que él volviera pasaron los años y su piel gris se tornó. Hasta que cuando se dio cuenta no podía moverse y solo pudo sino seguir llorando entre lápidas. Donde su amor estaba enterrado entre la tierra encerrado en una caja de madera de pino.

El jilguero hizo un gorgoteo. La Luna apareció por encima de la cabeza de la estatua con el viento de verano. Los árboles hicieron sonar sus hojas formando un rumor. El pajarillo cantó a la Luna y lloró por el amor desaparecido de su amiga.
Y el viento se llevó aquel lamento.

De GrAn AuToRa


Ezequiel se paró entre los árboles de un bosque frondoso. Escuchó aquel lamento y con sus manos lo atrapó para guardarlo en sus labios. Con pasos lentos dio la vuelta y desplegó sus alas finas y huesudas. Alzó el vuelo en dirección a la luna de marfil, tan redonda y pálida. Acarició las nubes y besó las estrellas con sus labios negros. Buscaba el autor de aquel lamento y nadaba entre cielos en su dirección.


Dejó sus pensamientos en un rincón de su memoria. Sus ojos buscaron entre las estrellas. Madeleyn salió de su escondite con su vestido roto y lleno de suciedad. Ella, la eternidad en si misma había vuelto a abrir sus ojos. Se arrastró entre matorrales de espinas y se sumergió en las aguas de los lagos. Sus cabellos húmedos empapaban sus ropas y hacían que sus labios tuvieran un tono azulado. Acarició los cuerpos de los árboles siguiendo un lamento de tristeza. Cerró sus ojos y con los rayos de la luna iluminándola entre las ramas de los árboles, dio vueltas mirando las estrellas. Alzando sus manos para atraparlas, con una sonrisa en sus finos labios.


Meyson se quedo quieto. Escuchó aquella música. Cerró los ojos. Acarició los labios de una joven. Miró como los rayos de la luna entraban por el cristal de la ventana, guiándolo en su camino. Sus ojos claros observaron a la joven que, tapada con las sábanas, dormía pausadamente. Hija suya, soñaba con las nubes y estrellas, mundos perdidos del saber y criaturas más allá de toda imaginación. Acarició sus rubios cabellos y su rostro. Meyson cogió su violín entre sus manos y se dispuso a tocar, una balada de amor y tristeza acompañando a aquel lamento tan precioso y delicado, mientras se encaminaba hacía la ventana.


Eliza abrió sus ojos dulces. Las estrellas giraban encima de su cabeza. Sentía como las gotas de lluvia estaban se habían convertido en hielo en su cuerpo. Sus cabellos estaban teñidos de una capa de escarcha al igual que sus ropas. De su boca dejó escapar un aliento, el cual ascendió blanco hacía el cielo oscuro. Aquel sonido la había despertado de su sueño. Debía ir a su encuentro. Lentamente su cuerpo se levantó y volvió a sentir las hojas bajo sus pies. Agarró la cadena que estaba enrollada alrededor de su cuerpo y cuello, atada. Alzó la vista hacía aquella luna.
Hacía tanto que no la había visto que pensó que no había nada más hermoso que aquel gran botón blanco. Abrió sus manos y ascendió hacía la luz, dejando tras de si la oscuridad en la que hacía tiempo había caído**

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